jueves, 19 de agosto de 2010

Cuestión de alimento

Cuando sientes que tus pasos no se guían por sí mismos, que siguen a algo sin saber muy bien por qué ni cómo, llega el momento de mirarlos y decirles claramente que deben empezar a salirse del camino marcado. Pensar por sí mismos. Mirar hacia sus entrañas y ver qué es lo que realmente desean. Sólo así puede darse la excepcional posibilidad del espíritu libre y, si lo desentrañado se revela sinceramente, puede aparecer la apetecible satisfacción. Algunos lo llaman felicidad. A mí, personalmente, el contenido generalmente hipócrita del término me levanta los pelos del cuerpo mientras un escalofrío me recorre la espalda, no lo puedo soportar. Lo satisfecho tiene mucha más relación con lo que, aún y siendo realizado, no se quiere eterno. Es esa saciedad que debe ser buscada una vez y otra, cómo aquella hambre que obliga al hombre a vivir para comer y comer para vivir. No hay otra. Lo saciado, con el paso del tiempo, se torna en un impulso hambriento que desea volver a ser satisfecho. Satisfacción, saciedad, hambre y acción. No hay una sin la otra.

Una nueva palabra puede darle la vuelta al mundo, donde antes había hipocresía ahora se halla una nuevo horizonte en el que desarrollar una nueva forma de acción. De vida, al fin y al cabo.


Cada día es una nueva oportunidad para saciar ese hambre que nos lleva a la satisfacción. ¿Cómo? Eso ya depende de cada uno. Yo lo sacio fundiéndome con el paisaje, es la forma de llenar mi estómago, de matar mi hambre. Una faena que jamás acaba, un hambre inmortal que siempre está dispuesta al feroz asedio al reino de lo saciado. La satisfacción sabe que, tarde o temprano, acabará muerta ante la desazón y que el hambre volverá a emprender la lucha por recuperar el terreno perdido; finalizando la lucha ante el soberano hito de la saciedad que marca el camino hacia la satisfacción. La felicidad no sabe nada de pérdida, se ahoga entre sí misma cuando lo feliz ya no logra sacar una sonrisa al hombre.


En Islandia he podido poner en práctica esta nueva forma de ver las idas y venidas de la emoción humana. Soy consciente de ello y eso me ayuda a mantenerme vivo y, aún más importante, a sentirme como tal. Cuando me sobreviene la melancolía y me asaltan las preguntas, miro hacia mis adentros y le pregunto a mi cuerpo qué es lo que quiere. Él no tarda en responderme, tiene hambre y sabe dónde buscar la comida. Unos días es una excursión a un peñasco, otros una fiesta improvisada, otros una carrera a contraviento. ¡Quién sabe! Cada día obtengo nuevas respuestas a mis preguntas; y éstas suelen dejar en mi una saciedad propia de las mejores sobremesas.

Y hoy no ha sido para menos.


Me encontraba leyendo “La llamada de lo salvaje” de London, cuando la desazón se me ha subido a la espalda. Entonces he mirado a mi estómago, a mis pies y a mi piel. Ellos me han respondido rápidamente, debía salir inmediatamente de aquél edificio. He salido a correr hasta el fondo del fiordo en Núpur, hacia el Sol que andaba jugueteando con las nubes en este largo día del ártico. Mientras corría hacia el horizonte, el viento ha empezado a azotar con tremenda fuerza todo mi cuerpo. Me obligaba a correr de lado y a dar pasos con más esfuerzo de lo normal, pues ora iba de frente ora venía de espaldas. Cuando he mirado hacia mi izquierda me he percatado de un fenómeno curioso: el fuerte viento iba a parar al mar y creaba un río de olas hacia la otra parte del fiordo que iba a morir justo en la mitad del mismo. El conflicto entre el Sol y las nubes se resolvía en unas cortinas de anaranjada luz que penetraban el mismo horizonte marino. Allí se entreveía una barcaza que luchaba contra el oleaje, quién sabe si creado por las mismas cortinas solares. Al llegar al final del fiordo he respirado profundamente, he abrazado al viento y una enorme sonrisa se ha dibujado en mi cara. Volvía a estar saciado.


Al volver hacia Núpur mis piernas se sucedían más rápido de lo normal, proporcionándome una velocidad propia de mis tiempos mozos. Mis pulmones se llenaban y se vaciaban con rapidez mientras iba mirando hacia atrás para buscar aquella batalla que azotaba al horizonte. Los brazos extendidos ante el paisaje, mientras me dirigía a toda velocidad hacia mi destino me ha vuelto a recordar que, un día más, me iba a dormir con la barriga llena.