domingo, 20 de febrero de 2011

Caminar en el camino

La distancia inmediatamente insalvable entre las huellas que abrazan nuestros pies y las huellas que habrán de abrazarlos; la sangrante herida entre el querernos más allá y el saberse abrazado en el resignado más acá; el aliento entrecortado e impaciente de los pasos que sueñan con la cima desde el profundo y sombrío valle; el ingenuo sueño de un destino onírico sin camino, sin sendero, sin cuesta ni bajada. Inmediato. Sin sudor, lágrimas o carcajadas. El peligroso amor por vivir el después en el ahora. Quererse como un ideal y quererse inmediatamente. Vivir en los inmaculados pasos celestes que habrán de venir cuando aún no se ha abandonado el sucio caminar por lo telúrico.

Algo perdido en el camino, una terrible evidencia que asusta por su simpleza. Buscando ese Víctor al que quiero llegar, tratando de otearme en el ocaso, me he encontrado con el Víctor que soy. La enorme distancia entre los dos irreconocibles caracteres ha abierto todas las heridas que tenía cerradas a base de pragmática y caduca omisión. Y de las heridas, la sangre no ha querido ni salir. Asustada de todos los valles, cañones, montañas, desfiladeros y mares que debía atravesar antes de bañar las arterias de aquél - que ya no debía ser yo - puesto en un brumoso pedestal. Asustada de abandonarme, abandonándose, pasando a formar parte de un cuerpo ya ajeno.

Entre el atoramiento de los vocablos en la garganta y la concatenación fluida de palabras machacadas por las yemas de mis dedos; entre las perpetuas vistas hacia un níveo y acrílico techo y la caduca mirada hacia las nieves perpetuas mediadas por los equilibrados pasos entre las rocas; entre el ahogado diálogo mudo de los libros cerrados y la discusión enfurecida de las páginas recorridas; entre la irresoluta atención hacia planes de pasos por mapas que nunca habrán de abrirse ante el paisaje al que quieren dar fe y las manchas de barro en el mapa doblado por el viento y besado por la lluvia.

La noción del camino. La he perdido, ganando la visión de un destino que quiere ser inmediato desatendiendo a la verdadera inmediatez y urgencia: caminar con lo puesto. Un destino que es destino en tanto cuanto mediado por un camino. Un destino que se quiere final cuando sólo puede ser entendido como fin.

Queriéndome encontrar me he perdido y en el extravío me he reconocido. La búsqueda de un ideal rebotado en la nada y que explota en mil pedazos delante de mi nariz. Y recuerdo entonces la importancia del hacer, del caminar, del sudar; de ese abrazo hacia lo necesario e inevitable que hay en mí, que se volverá a reproducir una y otra vez sin remedio. Ese cariño especial a lo que soy como la única senda para amar lo que habré de ser. Esa sonrisa al andar sempiterno del hoy con un ojo puesto en el mañana; sin tratar de bizquear. Un proyecto estético que, tras su apariencia simplona, esconde la más bella y complicada tarea: cincelar la vida como una obra de arte.