domingo, 1 de mayo de 2011

Volviendo a casa

Cuando de verdad se quiere, se puede. Sea lo que sea. Abrazado a la autocrítica, no creo en aquello de que uno ande de la mano de la ingenuidad cuando camina por el reino de la creencia y la confianza:

Suppose, for instance, that you are climbing a mountain, and have worked yourself into a position from which the only escape is by a terrible leap. Have faith that you can successfully make it, and your feet are nerved to its accomplishment. But mistrust yourself, and think of all the sweet things you have heard the scientists say of maybes, and you will hesitate so long that, at last, all unstrung and trembling, and launching yourself in a moment of despair, you roll in the abyss. In such a case (and it belongs to an enormous class), the part of wisdom as well as of courage is to believe what is in the line of your needs, for only by such belief is the need fulfilled. Refuse to belive, and you shall indeed be right, for you sharll irretrievably perish. But believe, and again you shall be right, for you shall save yourself. You make one or the other of two possible universes true by your trust or mistrust - both universes having been only maybes, in this particular, before you contributed your act.

"William James, Is life worth living?"

¿Que universo quiero para mí?

Ya es Mayo. Todo Reykjavík está nevado. Estamos en el verano oficial del calendario meteorológico islandés. Los norteños se quejan y piden no ya primavera sino verano a la plomiza bóveda islandesa. Los sureños nos alegramos con la llegada del veraniego invierno. Yo, por mi parte, deseo que el invierno no cese. Recuerdo con una sonrisa en mis labios aquél lejano Noviembre en el que el Sol me saludaba a las 11 de la mañana y se despedía de mí a las 15 de la tarde. Más allá de cohibirme, me infundía una vitalidad inusitada para el invierno boreal. Me ponía límites y aquellos límites me hacían más libre. En aquellas horas de invierno recordaba la olvidada libertad de los estoicos, casada con la creatividad pero nacida de la limitación. Las tímidas horas de Sol me empujaban a salir al bosque a correr: siempre entre las 12 y las 14. Aprovechando la claridad para establecer un diálogo con la naturaleza a través de la alternancia incansable de mis piernas. Cada día. Cuando el Sol se despedía en el anormal Sur-Oeste llegaba el momento de la concentración: sentado en mi mesa rodeado por la oscuridad de la nocturna tarde e iluminado por un tenue foco que apenas me descubría los entresijos de lo que trataba de hallar. Fueron momentos apacibles de lectura, descubrimiento y escritura, precedidos por carreras entre árboles a menos de una decena de grados bajo cero. Cuando mi mente ya no podía más, gastaba mi noche entre copas de cerveza, barbas germánicas y charlas oscilantes entre el sexo, la metafísica del viaje y los deseos de beberse el mundo entero. Cuando mis piernas no me querían llevar al lado de la chispeante rubia, me dirigía con mi bicicleta a la montaña artificial cubierta por un industrial techo al Este de Reykjavík, donde pasaba el resto de la tarde tratando de adaptar mi cuerpo a las paredes extraplomadas y mis manos a los recovecos que trataban de imitar la roca. Al llegar a casa me colgaba de los lóbulos aquellas canciones que el bueno de Bob me susurraba en aquellas oníricas noches en su apartamento. Los "This will destroy you", "Ef", "Explosions in the Sky" y demás tropa me aislaban de las preguntas insistentes e inútiles, dedicadas a la coexistencia, por parte de mis compañeros de piso. Una vez en la seguridad de mi habitación me entregaba a la lectura de London o al disfrute pasajero de algún documental acerca de grandes exploradores polares. Cuando me alcanzaba el sueño la noche me abrazaba y cuando me despedía de él, la noche seguía allí.

Ahora, la luz del Sol empieza a bañar la bahía humeante hacia las 4h de la mañana y se despide de la capital más allá de las 23h de la noche. Mañana y noche dejan de ser usadas como una realidad para pasar a ser una convención. La luz penetra, inmisericorde, los recovecos de las cortinas, y te despierta puntual antes de las 7h. La cantidad de tiempo bajo la luz es ingente. Una vasta expansión de los límites lumínicos y, por añadidura, de la actividad animal - entre la que me encuentro -. Sin embargo, esa misma expansión de la limitación, esa otorgación de libertad acrecienta mi sentimiento de encarcelamiento. Uno tiene todo el día para salir al bosque a correr, todo el día para leer, todo el día para escribir, todo el día para construir el jardín, todo el día para aprender, todo el día para charlar. Tanto tiempo, tantas cosas por hacer, tanta ampliación del horario para no acabar haciendo nada. Uno necesita, ante tan vasta expansión de lo posible, una elevada capacidad para la organización. Una capacidad de la que, asediada por mi incontrolable curiosidad, mi organismo carece totalmente. Me siento como el caminante ante un vasto horizonte sembrado por suaves colinas. ¿Hacia dónde ir? ¿Que ruta seguir? Sabiendo que la afirmación de un camino niega, por definición, el seguimiento de los demás. Limitado a su par de piernas, el viajero sólo puede caminar un camino a la vez.
Los deseos de no perderme entre un océano de actividad me han forzado a forjar una organización que pretende acercarse a la constancia y rigor lacedemónicos. El cuidado de sí mismo a través del deporte, la lectura, la alimentación, la escritura y la financiación de mi proyecto desde mis propias manos a través de la búsqueda y encuentro de un trabajo.

He creído en mí mismo y he andado el camino que deseaba andar. He encontrado un trabajo que me parecía ya imposible de lograr. He convertido la imposibilidad en posibilidad, gracias a la confianza en mí y mis propias manos. Este Martes tengo una entrevista con Ramón Larramendi, un explorador español. Vamos a hablar sobre la posibilidad de convertirme en guía de Tierras Polares, una compañía de expediciones española. Estaré sentado en frente de un hombre que ha recorrido el círculo polar ártico en solitario, que ha atravesado la Antártida, el Ártico e Islandia en invierno, entre muchas otras cosas. Yo y mi experiencia propia frente a un personaje que ha cumplido en sus carnes más de un sueño que yo tenía de pequeño. Convertirme en guía de tal compañía me permitirá ganar dinero mientras viajo por este país y, si todo marcha bien, podré optar a realizar la travesía del Vatnajökull - el glaciar más grande de Europa - con ellos.
Aún recuerdo la nota que escribí en mi libreta de viaje cuando marchaba hacia el Norte con mi bicicleta: "quiero ser guía de tierras polares". Nueve meses más tarde voy a sentarme enfrente del líder de la misma empresa. Ahora entiendo el valor de creer en uno mismo bajo la advertencia de Séneca: "No hay viento favorable para el que no sabe dónde va"

Por supuesto, tengo otra bala en la recámara. No puedo poner todas mis esperanzas económicas en un sueño que aún está por venir. He conseguido otro trabajo en una granja al Sur de Islandia, al lado de la escuela de escalada más importante del país. Otra opción interesante, puesto que en esa aventura no andaré solo: iré acompañado de los ojos lituanos que desean sincronía con los míos. Sin embargo, el Martes se decidirá hacia dónde me lleva mi confianza: granjero o guía. Con todo, el fin es el mismo, mejorarme a través de la actividad. Sea dónde sea. Sea con quién sea.

Estos días he estado absorto en la reflexión sobre el éxito, la felicidad y la consecución sobre lo que uno realmente quiere ser. Siempre he estado rodeado de gente maravillosa: músicos, arquitectos, ingenieros, médicos y deportistas. La palabra "éxito" aparecía camuflada entre las conversaciones acerca de las aspiraciones laborales de mis amigos. Cuando hablábamos del futuro, ellos siempre tenían una posición laboral "de éxito" a la que aferrarse. Yo no tenía nada. Vacío. Un tiempo que no era nada más que argamasa con la que moldear y construir mi futuro. Yo estaba estudiando Filosofía. ¿Que iba a hacer con ello? Encaré mi futuro bajo la misma concepción de éxito que la de la gran mayoría de mis amigos: una respetada posición laboral. Desde la Filosofía ese fin pasaba por dos medios: dejar la carrera y cursar otros estudios más valorados o enfocar mi carrera hacia aquellas posiciones de respeto que los estudios mismos me proporcionaban: convertirme en profesor. Hoy veo que ninguna de esas dos opciones me respeta a mí mismo como sujeto de mi felicidad. Quien me preocupaba no era yo sino lo que los demás debían decir sobre mí mismo: no era mi sonrisa sino la aprobación de mis coetáneos. Ahora me doy cuenta de que no puedo ser bueno en todo, me debo concentrar en algo si deseo ser exitoso en ello. No quiero lograr el éxito de los demás, guiado por su aprobación, quiero lograr mi propio éxito juzgado -soy consciente de que ando en terreno de contradicciones - desde mí mismo. Lo he pensado docenas de veces cada día desde que ando en terrenos norteños: ¿qué me hace realmente feliz? Inmediatamente pienso en aquél valle en el que me crié en mis momentos veraniegos, aquél valle que se tornó en templo: Bujaruelo, en el corazón de los Pirineos. Es entonces cuando me doy cuenta de que, siguiendo la senda del éxito de mis amigos, traiciono lo que llevo dentro del corazón desde pequeño: el contacto con las montañas y la naturaleza cómo forma inevitable de vida feliz. Leo a London, Shackleton, Humboldt, Bonatti y veo un reluciente éxito en ellos. La relación con la naturaleza, con uno mismo, a través del uso de la palabra. Mediar con lo telúrico y expresarlo a través del hilado de vocablos que se refieran a aquella mediación. Un hilado que precisa de formación literaria, filosófica y científica, y de experiencia a través del peñasco, el valle y el río.

Una apuesta arriesgada el confiar en uno mismo y en lo que realmente desea. Ese "terrible leap" del que James nos habla, ese salto en el que debemos confiar para salvarnos. Volver a casa, a nuestra casa, al hogar de lo que deseamos ser y no de lo que se espera o desea que seamos. Mirarnos al espejo y decirnos: y tú, ¿qué quieres? Hacer de nuestro andar nuestro camino. Siguiendo las mismas sendas trilladas que muchos otros han recorrido pero sabiendo que son particularmente nuestras, que las deseamos desde y para nosotros y no de y para los otros. Mis zapatos se encontraban incómodos en el camino que estaban tomando, dejándose llevar por la falta de criterio y crítica hacia un camino que era considerado el normal. Una normalidad que destrozaba mis pies y mi sonrisa. Ahora, con mi corazón en mi hogar, emprendo un nuevo camino en el cuál el horizonte es un nuevo éxito forjado desde mis propios deseos y mi propia concepción de la felicidad. Con una advertencia empiezo mi ruta: para ver qué me depara no hay que esperar, hace falta caminar.